jueves, 24 de octubre de 2013


XVIII. TODO HABLA.

Hay un momento para el silencio y la soledad. Nacer, morir es un proceso solitario. Interiorizar el conocimiento y la experiencia y transformarlo en consciencia es un proceso individual e intransferible que hacemos dentro de un reverencial silencio, en un claustro de soledad.

Hay otro momento donde todo te habla. Solo necesitas estar abierto y ser capaz de escuchar con respeto y devoción y todo te habla. Ese extraño al que no conoces de nada se acerca y te cuenta su vida, sus reflexiones y sientes que la vida se comunica contigo a través de sus labios.

Recuperas la línea, la comunicación con el sentido de lo que hay más allá y todo lo que contemplas vuelve  a tener un sentido.

La consciencia te rescata y vuelve a cogerte la mano y a conducirte como un niño que, por un momento dejo jugar solo en el parque.

miércoles, 23 de octubre de 2013


XVII. SILENCIO:

Algunas veces te callas para escuchar la voz de tu conciencia.  Añoras la voz de Dios que pronunciaba tu nombre entre las cosas y sin embargo, sólo escuchas silencio.

Como si hubieses llamado a un número equivocado, como si la línea estuviese ocupada.

En ese momento el silencio es total. Ni siquiera un zumbido.Solo el eco de tus llamadas resonando entre la conciencia. El vacío que muestra sin pudor la más absoluta soledad.

Echas de menos la voz, la presencia, la compañía. Has de seguir andando sin ayuda. Las tinieblas a tu alrededor.

¿Por qué Dios nos deja solos? La libertad suprema conquistada en la exquisita soledad.

No hay señales en el camino. Caminas como un niño, sin ver donde conduce el sendero.

Te sientes responsable de no ver. Responsable de haber perdido la voz, la comunicación.

¿En qué momento te separaste? ¿En qué momento abandonaste la senda y te perdiste?

La soledad del hombre que ha perdido la divinidad, que ha sido expulsado del paraíso. Angustia del hombre que clama y espera ver. Paciencia del ciego que espera ser curado. Oración al infinito.

Seguir andando sin confianza. Esperar. Esperar su perdón.

lunes, 14 de octubre de 2013


XVI. SEPARACIÓN.

Nuestra consciencia individual, escindida de una consciencia universal tiende al regreso. Dispuesta a recordar el camino de vuelta y enriquecida por el proceso vital, volver a fundirse en esa consciencia cósmica universal.

No toda la consciencia regresa de forma fluida. El proceso no siempre es fácil. Existe una tendencia a la disgregación, a la separación de la consciencia. Este factor es visible en las manifestaciones negativas de nuestro mundo. En lo que vulgarmente llamamos: el mal.

El mal no existe por sí mismo. No sobrevivirá eternamente. Es una resistencia a la unión última, a la redención en la conciencia universal.

Pero al igual que el agua no puede ser detenida indefinidamente por nuestras manos, la consciencia tiende a fundirse en la corriente universal de consciencia. Encontrará el camino. Aunque nos separemos y odiemos. Aunque nos sintamos sólos y culpables. Aunque nos resistamos al amor y la consciencia que habitan nuestro interior. Sólo retrasaremos el camino. Haremos más arduo el aprendizaje. Necesitaremos más experiencia.

Estamos abocados a la sabiduría y al amor. Estamos destinados al aprendizaje y la apertura.

El mundo tiende a confirmar nuestros deseos. Nos apoya en nuestras peticiones, aunque estas sean inconscientes y no estén expresadas. Conviene ser consciente de nuestros patrones profundos, de nuestros modelos de vida aprendidos en la infancia. Ser consciente de la energía con la que llegamos a la vida. Incluso de los modelos sociales que dominan a tu alrededor. Simplemente para evitarte dolor, resistencia, gasto energético.

Paralizamos energía y consciencia cuando nos quedamos aferrados a las cosas o a los sitios, a las relaciones.  Quedamos anclados cuando no perdonamos y quedamos resentidos… Entonces una parte de nuestra consciencia queda bloqueada y una cierta energía queda desligada del caudal general y alimenta un sentimiento negativo que se enquista y queda aislado.

Hay personas han basado tanto tiempo de su vida en este tipo de energía enquistada que, desprenderse de ese bloqueo es como renunciar al sentido de su vida y al tiempo que han alimentado estos sentimientos.

Pero la consciencia universal tiende a rescatar toda la energía disgregada. Existen un grado de atracción interno entre la consciencia. Las consciencias elevadas tienden a atraer consciencia y energía. Se convierte en imanes, en catalizadores. Los espacios y los grupos donde se medita, donde se respira de forma consciencia tiende a liberar energías y consciencia. El proceso es imparable y liberador.

jueves, 10 de octubre de 2013


XV. ANGUSTIA DE SEPARACIÓN:

El gran drama en el que se debate el hombre moderno. El principio de todos sus males. La herida irreparable que nos hace fracasar una y otra vez es la angustia de separación.

La escisión primigenia y sus múltiples consecuencias.  La primitiva fractura de una fragmento de consciencia que quedo separado de esa consciencia universal y quedó encarnado en un fragmento de materia orgánica sobre la tierra.

La repetición una y otra de esa experiencia dolorosa de partida. El nacimiento. El túnel negro que nos separó de la paz  húmeda del útero. Los primeros manotazos y el corte del cordón umbilical. Sostenernos en brazos y dejarnos sobre la cuna en una repetida sensación de pérdida.

La pérdida de la infancia: del tiempo infinito donde únicamente importaba el juego sin fin. El abandono de la ingenuidad y la fantasía. El progresivo mutilamiento que comporta convertirse en un adulto.

El abandono de la familia para sumergirse en un mar de juventud, en la que sientes que tienes toda la vida por descubrir. Cuando crees que el mundo lo han creado para ti.

Dejar los estudios y aumentar nuestro grado de responsabilidad. Dejar a los amigos, sin los que pensaste que no podrías sobrevivir. Convertirte en alguien lo suficientemente serio y aburrido que genere la confianza suficiente para detentar un puesto de trabajo.

Superar la asfixia mortal de la ruptura del primer amor. Seguir viviendo sin entender ni el cómo ni para qué continuas respirando. Sentir las entrañas rotas y tener que mantener la sonrisa en el trabajo.

Sentirte mil veces perdido y seguir viviendo sin saber muy bien por qué.

Sentirte dividido entre lo que quieres hacer y lo que puedes hacer, entre lo que te gustaría decir y lo que puedes decir correctamente.

Sentirte escindido entre mente y sentimiento. Entre el deseo y la realidad. Entre el pecado y el placer. Entre el cuerpo y tu espíritu. Como un vaso que se rompe y miles de pequeños fragmentos  y continúa golpeándose indefinidamente.

Y quizá, entender o intuir o tal vez esperar que sea el único camino. Que tras la separación infinita que nos hace olvidar la unidad de consciencia con la vida de la que surgimos, está el encuentro. Que solo a través de un proceso de desapego infinito, en un proceso de limpieza, de lividianidad, está esperando la unión. El regreso ligero, sin cargas, sin compromisos, sin ataduras a la luz de la que procedemos. Cuando ya no queda nada a lo que atarse y sólo permanece inalterable la consciencia interior llamándonos a un vuelo desnudo hacia la luz.

miércoles, 9 de octubre de 2013


XIV: SIEMPRE HAY UNA DECISIÓN MÁS ELEVADA.

En todos y cada uno de los momentos de nuestra vida tomamos decisiones.  Decisiones aparentemente intrascendentes unas, importantes otras. Todas y cada una de las decisiones que adoptamos en nuestra vida suponen una posibilidad de aprendizaje y de aumentar nuestro nivel de consciencia.

Siempre existe una decisión que aporta más que otra. Una decisión más madura, que se adentra en tu camino de conocimiento. Da igual que sea más o menos importante. Lo fundamental es que las adoptes con un grado de apertura mental y de consciencia personal.

No importa lo nimias o intrascendente que parecen. Son un paso en tu camino. Al final del mismo todas y cada una de las grandes losas y de piedrecitas te ha conducido allí. Un primer reconocimiento de tu consciencia estriba en saber valorar  las pequeñas cosas, en poder dar la importancia que se merece a todo lo que nos rodea.

Para adoptar una buena decisión es importante parar nuestro dialogo interno. Quedarnos en blanco y suspendidos en la vida y esperar que ella la voz que nos conduzca. A veces, es difícil encontrar ese espacio para la introspección  dentro de nuestra vida cotidiana, cuando estamos trabajando o rodeados de personas y parece que se nos exige un grado de prisa en nuestras respuestas.

Pero debemos de sustraernos a esta prisa que parece un requisito para la vida. Está bien constituirnos en una semilla de calma, de paz en el mundo cotidiano. Al igual que la prisa tiene el poder de extenderse como una mancha de aceite. La calma y la paz tienen un profundo poder de conectar con la calma y la paz que habitan en cada uno de nosotros, con la consciencia que habita en cada elemento que nos rodea.

Una vez detenidos, siempre llega una voz que tiene la claridad verdad y de la consciencia. No nos obliga a seguirla. Muchas veces no nos apetece hacer lo que nos dice, no tenemos ganas o se nos olvida. La voz no nos obliga. Podemos avanzar al ritmo que deseemos. Estamos abocados a llegar, a aumentar nuestra consciencia al final de nuestras vidas.  Pero el tiempo que tardemos en llegar lo elegimos nosotros. Elegimos un ritmo.  Elegimos a veces avanzar e incluso periodos en los que retrocedemos. No importa. Llegaremos.

Sólo que cuando nos hemos dejado llevar por cualquier otro motivo ajeno a nuestra consciencia, no tardamos en darnos cuenta. Encontramos un vacío en la acción. Una sensación cercana al absurdo en lo que hacemos. Nos dividimos, nuestra mente está en un lugar y nuestros sentimientos en otro. La pérdida de unidad es una consecuencia palpable de una decisión no consciente.

Relájate. No hay culpa. La vida no es una línea, sino una trama que se entrelaza y cuyos hilos cambian de dirección superponiéndose. Avanza lento y llegaras lejos. El tiempo es un bucle y la paradoja existe. Escucha.

viernes, 4 de octubre de 2013


XIII. TODOS TENEMOS UN PLAN:

Desde nuestra infancia.  Desde el nacer de nuestra consciencia todos tenemos un plan de vida.  Un mapa de nuestro camino a desarrollar. Las líneas maestras de nuestros objetivos y de las acciones necesarias para llevarlo a cabo.

Dicho plan no dibuja necesariamente el éxito en nuestra vida. De alguna manera, nacemos con una carga emocional y energética determinada. Por otro lado, en los primeros años de nuestra vida somos especialmente receptivos y damos por verdad todo lo que nos rodea.  Asumimos como absolutamente ciertos y verdaderos los mensajes conscientes e inconscientes, verbales y comportamentales que recibimos de nuestros progenitores y de nuestro ambiente más cercano. Somos incapaces de cuestionar y aceptamos todo como válido. Simplemente porque dependemos vitalmente de las personas que los emiten.  En función de estos aportes nos hacemos un plan de vida. Describimos el objetivo, el camino y la forma de recorrerlo.

Si en nuestro entorno hay cosas que no funcionan, las incorporamos como válidas en nuestro mapa del tesoro.  Si las relaciones entre nuestros padres no funcionan, si nuestra madre es superprotectora y castradora, si la culpa puede palarse o la falta de libertad y autonomía está presente, etc., quedan incorporadas al dibujo de nuestra trayectoria vital.

Invariablemente, tendemos a ser fieles a nuestro plan de vida. Si hemos incorporados elementos negativos y los hemos dados como válidos, producirán su efecto. Luchamos y trabajamos por conseguir algo que nos conduce al dolor y al sufrimiento.  Nos esforzamos por encontrar la felicidad y topamos con las mismas piedras una y otra vez. Nos sentimos frustrados y vitalmente cansados, sabiendo que el próximo esfuerzo nos conducirá a una situación parecida.

Por eso, es necesario poner consciencia en nuestro plan más profundo. Para desactivar las cargas de profundidad que están encerradas en él. Para evitar que nuestro trabajo y esfuerzo nos traiga la infelicidad. A veces no entendemos lo que nos pasa. Somos incapaces de comprender lo que falla. Nos implicamos completamente en construir una realidad mejor y todo lo que construimos tiene una grieta, un pilar que falla.

Debemos mirar adentro y contemplar – desde una neutralidad suficiente- los mensajes que se cruzaban a tu alrededor, en tu infancia. Cómo se trataban entre si tus padres, como reaccionaron a tu llegada, que frases comunes y repetidas expresaban sobre el sentido de la vida y la justicia del mundo. Conforme puedas recordarlas y relacionarlas con tu camino de vida, podrás hacerte consciente y empezar a reducir el poder de creación que encerraban. De alguna manera, han ido condicionando tu existencia y tus posibilidades de ser feliz. Has mantenido una fidelidad a tu pasado que te limita.

Libérate. Pon conciencia a los mensajes y modelos del pasado y dejan que partan.  Aflora tu plan inconsciente de vida y serás libre para comenzar a crear una realidad distinta.  Sé libre de tu pasado. Vive con plenitud.

sábado, 28 de septiembre de 2013


XII. PEQUEÑAS BATALLAS.

Movemos nuestra energía en los pequeños actos de nuestra vida. La energía personal de cada uno de nosotros, como un segundo cuerpo de luz, se relaciona de forma libre con las energías de los demás seres del universo, de todo cuanto está vivo en el universo.

A veces tenemos diálogos aparentemente intrascendentes que encierran grandes flujos energéticos, grandes contactos, intensos rechazos, luchas enconadas.

Una pareja discute sobre si debe poner una lavadora o no antes de salir de casa.

A simple vista puede parecer un hecho nimio, intrascendente, cotidiano. Pero sus cuerpos energéticos están engarzados en una lucha despiadada y cruel. Después del dialogo, que ha tenido la brevedad inherente al insignificante contenido de la conversación, percibimos el cansancio. El cansancio y las heridas de nuestro cuerpo energético después de la batalla. Frecuentemente no lo entendemos, porque es difícil percibir los sucesos que se producen simultáneamente a distintos planos de nuestra existencia.

El contacto energético puede ser favorable o desagradable. Nuestras cargas energéticas se atraen o repelen como campos magnéticos. No podemos ser neutrales. Es absolutamente imposible. Este hecho está en la base de los rechazos o predisposición positiva que sentimos invariablemente cuando conocemos a alguien. Si estas suficientemente despierto y atento a tu estado emocional, podrás comprobar que nadie te es indiferente en su primer contacto, en la llamada primera impresión. Invariablemente, al conocer a alguien, al percibir su cercanía o escuchar su voz, algo dentro de ti se predispone favorablemente o se cierra al contacto. Podrás hacer como que no lo percibes, que no le haces caso o esforzarte en mantenerte abierto y no condicionado. Pero, esa primera impresión suele confirmarse invariablemente si profundizas en la relación. No intentes llevarte bien con alguien que te cayó mal cuando lo conociste. Ahórrate esa energía.

El principio anterior sólo presenta una excepción. Los momentos en que tu sensibilidad está alterada. Los momentos en que te sientes herido y estas negativamente predispuesto a los demás.  Cuando estás tan inmerso en tu dolor que no puedes percibir con claridad lo que te rodea.

Pero si estás tranquilo, relajado, consciente, guíate por esa primera impresión.

A veces es inevitable sentirse atraído por alguien en el que percibes una energía negativa, algo que te predispone a la alerta pero que también te atrae. Suele encerrar experiencias profundas en tu desarrollo. Experiencias que se sucedieron en el pasado o que están por producirse. Sucesos que son necesarios para tu desarrollo y tu aprendizaje. Déjate llevar y no te resistas al dolor inherente a las mismas cuando suceda. Pero tampoco te quedes anclado en esa experiencia. El dolor y el aprendizaje tienen un límite. No tienen sentido por sí mismo. Únicamente son un vehículo de aprendizaje, un transporte para llevarte a otro lugar. No son un objetivo sí mismo.

Los lugares, los objetos van quedando impregnados de nuestra energía. Cuanta más negativa es esta y más inconscientes somos más capacidad de manchar los objetos y los espacios que nos rodean. Si somos conscientes podemos percibir cuando nuestra energía se expande e impregna la realidad. Si lo hacemos conscientemente es una forma de bendecir todo lo que nos rodea.

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013


XI. NO TE CULPABILICES

Las enseñanzas de la nueva era nos han enseñado que somos responsables de nuestra vida. Somos los constructores de nuestra vida y todo lo que recibimos ha sido previamente demandado por nosotros. Si no conseguimos lo que deseamos es que nos estamos boicoteando a nosotros mismos. En nuestro inconsciente, se hayan las claves de nuestros fracasos y de nuestra incapacidad para lograr una vida mejor.  Para evitar que nos boicoteemos a nosotros mismos hemos de realizar una limpieza personal, una revisión de nuestra vida, de nuestra infancia. Debemos recoger los fragmentos rotos, limpiar y volver a colocar todo en su sitio en un proceso que puede durar años.

Somos responsables de nuestras vidas.  La gran máxima “Querer es poder” nos hace sufrir. En una frustración continua de realidades que no alcanzamos, de obstáculos que repetimos y de los que no podemos zafarnos.

Libérate, no te sientas culpable. Somos un hilo del tapiz, un deseo y una voluntad que pugna con otros deseos y voluntades. Toda la realidad no depende de nosotros mismos. No podemos hacer el camino de los otros. Sufrimos también sus consecuencias aunque tú hayas realizado tu trabajo y estés cerca de la liberación. Podrás minimizar los daños, pero no podrás evitar los sucesos desagradables en tu vida. No eres un Dios, aunque dentro de ti haya contenido un principio de él.

Existe también un karma colectivo: una historia que condiciona a los pueblos. Unas ideas clave que te han influido y que inevitablemente fluyen a tu alrededor. Puedes ir liberándote de ellas, pero seguirán conformando tu entorno.
Finalmente, nos hacemos un plan de vida con nuestra mente, quizás con nuestro corazón. Es un plan terrenal, limitado en su horizonte, en sus expectativas. La vida te puede tener reservadas experiencias que no sospechas, que no podemos entender aún.  Experiencias cuyas claves aún no están en tu mano pero que pueden corresponder a un plan más amplio. Al dibujo de un tapiz más grande del que tu mente puede llegar a imaginar.

viernes, 13 de septiembre de 2013


I. AMAR

Necesitamos amar y sentirnos amados. Es una ley universal. Una vez satisfechas las necesidades básicas, frecuentemente a través de alguien que nos ama y nos cuida, el resto de nuestra actividad tiene por objetivo amar y ser amado.

Nos levantamos, andamos, trabajamos, hablamos… con la esperanza y la necesidad de ser amados. Todo lo que hacemos se realiza con esa finalidad última, sea o no expresada. 

Cuando en nuestra infancia no nos sentimos suficientemente queridos, valorados, respetados se produce una herida: una herida narcisista.

Esa herida nos afecta en el futuro. Nos impide una percepción correcta del afecto de los demás. Nos impide que el amor que sentimos y nos rodea pueda ser valorado y sentido plenamente.  Entonces nos convertimos en seres insatisfechos. Seres siempre sedientos de un amor que es imposible de satisfacer. Dedicamos cada vez más energías en su búsqueda. Hiperactuamos, nos esforzamos cada vez más con la vana esperanza de satisfacer un abismo sin fondo.

Nuestro esfuerzo, nuestra sobreactuación, nuestra búsqueda desesperada de amor en múltiples personas y contextos nos conduce a un agotamiento personal inevitable. En ese momento en que te sientes vacío, cansado de una búsqueda incesante e insatisfecho, nuestra herida narcisista se retroalimenta. En el fondo de nuestra mente aparecen mensajes dolorosos: “nada de lo que pueda hacer, me proporcionará el amor que necesito”, “No hay amor para mí, en el mundo”.

En ese momento de desesperación, aceptamos relaciones de amor desequilibradas. Aceptamos migajas de amor, situaciones injustas, por un poco de amor. Podemos llegar a prostituirnos por un poco de afecto o aceptar situaciones de maltrato físico o síquico.

Esta situación supone una fuerte estado de desesperación interior. Nos creemos incapaces de merecer un amor digno por nosotros mismos. Nos sentimos acorralados entre ese afecto que nos denigra y un estado de soledad que es percibido como total e insufrible.

Como todo en la vida, la salida a este tipo de situaciones sólo puede ser planteada a través de enfrentarnos a nuestros miedos. El miedo último a la soledad y al peligro de desaparecer que asociamos a no ser cuidado. El miedo a ser abandonado y dejar de existir. La salida es afrontar: poder quedarnos solos y ver que seguimos respirando unos segundos más. Poder quedarnos ahí y ver que hay un camino más allá.

viernes, 6 de septiembre de 2013


I. EL DOLOR NO ENSEÑA

El dolor no enseña nada especialmente. Es decir, no aporta ninguna oportunidad añadida para el aprendizaje. Nada más allá de cualquier otra experiencia vital como la alegría, la sorpresa, la gratitud.

Magnificamos los periodos de dolor. Primero y más evidentemente, por su enorme coste emocional y energético. Segundo, porque lo percibimos como un castigo negativo que de alguna manera ha de ser compensado. Tercero, para sobrevivir a la experiencia y poder continuar esperanzados con la vida. Nos decimos “lo he pasado mal pero he aprendido la lección”. Tal vez tengamos razón. Pero el aprendizaje se podría haber realizado desde múltiples caminos, desde otras experiencias.  Es innecesariamente doloroso buscar el aprendizaje a través del camino del dolor.

Las experiencias dolorosas son inevitables y nos sacuden invariablemente. Cuando el mismo tipo de experiencia se nos repite es evidente que debemos realizar un aprendizaje y un cambio de actitud necesario.

Frecuentemente no podemos evitar la experiencia dolorosa. Nuestros padres antes o después morirán. Algún amigo desaparecerá de tu vida sin que puedas entenderlo.  No todas las relaciones que comiences funcionaran. Siempre encontraras a alguien que te trate mal. Estamos inmersos en un enorme tapiz de vida cuya trama es infinitamente compleja y te sacudirá aunque tu actitud ante la vida sea sabia y elevada.

Tenemos una herramienta fundamental que regula el impacto del dolor sobre nosotros: El desapego. Si nos aferramos a las cosas, a las personas, a la experiencia feliz y nos resistimos al cambio, sufriremos. Si abrimos los dedos de las manos y no nos resistimos a que todo fluya y cambie, limitaremos el dolor a su experiencia natural. Debamos dejar pasar. Ahora eres feliz, pues agradece y deja pasar. No te aferres a lo que ayer te hizo feliz, no intentes repetir de forma fetichista la escena. Déjate crear y cambiar.  

Es una tarea que comienza en nuestra mente: en la idea que nos hemos forjado de nosotros mismos y de nuestro proyecto de vida. De lo que creemos que necesitamos y buscamos para ser feliz. Es una idea preconcebida y limitada que hemos ido construyendo en relación a nuestro entorno. Recibiendo los elementos de nuestros padres, de nuestros amigos, de los medios de comunicación. Hoy, ahora, puede haberse quedado obsoleta o insuficiente. Libérate de ella. Ábrete al cambio. Es evidente que necesitamos objetivos que perseguir para funcionar en nuestra vida y en nuestro mundo. Pero no esperes que los sucesos, el devenir de la vida se ajuste en exceso a lo que pretendemos.

Acepta el cambio como oportunidades abiertas, como nuevos caminos que se abren ante ti. Oportunidades por descubrir más allá de tu antigua mirada. Horizontes nuevos.

Nos duele perder a la persona amada. A veces es inevitable. Nos aferramos a relaciones que pueden ser incompletas sólo por el hecho de no estar solos, porque nos hace la vida más fácil o cómoda o segura… Muchas veces sabemos en el fondo que la relación no es la nuestra, que antes o temprano terminará, y sin embargo la alargamos todo lo posible. Tenemos miedo a la sensación de vacío, de abismo que suele suceder al fin de una relación. Debemos, en definitiva, de permitir la libertad y el crecimiento del otro, aunque nos cueste entender.

Nos duele perder la vida, aunque todos sepamos que sucederá.  No nos resistamos. No alarguemos innecesariamente el proceso. No aumentemos la experiencia de dolor imprescindible. Prestémonos a la experiencia de desaparición como un descanso, sabiendo que hemos vivido lo más plenamente que pudimos.

 

I. AMAMOS

Amamos para completar lo que nos falta.

Amamos para saldar las cuentas con nuestro pasado.

Amamos para encontrar una persona sobre la que podamos colgar nuestros sueños. Ese príncipe y esa princesa cuya imagen recibimos de nuestros padres, de nuestro entorno y que vamos alimentando diariamente.

Amamos para completar ese abismo de nuestras camas y el espacio insondable de nuestras casas, el infinito de nuestra existencia.

Amamos para rellenar nuestro vacío interior.

Amamos para sanar nuestra herida narcisista y la profunda herida de separación que conlleva nuestro nacimiento y nuestro proceso de individualización.

Amamos para recibir.

Es un error.

Nadie puede rellenar nuestros vacíos y sanar nuestras heridas de separación.

Amar es un acto de generosidad y de comunicación.

Supone dar más allá de nosotros mimos y poder callar para escuchar la voz profunda del otro.

Amamos para complicarnos la vida, para dar un salto más allá de nuestra comodidad y nuestro egoísmo.

El amado, la amada es una mano que se adelanta. Es un trampolín que te lanza más allá, donde nunca te atreverías a aventurarte tú solo.

No está aquí para hacerte la vida más fácil o más cómoda – aunque pueda producir estos efectos- . Está aquí para que te arriesgues, para que te atrevas a ir más allá.

Si no sientes el vértigo del riesgo, de lo desconocido, no estás amando.

Si no eres capaz de abandonar tu rincón tranquilo a otros espacios por descubrir no estás amando.

Si no puedes perder, no estás amando.

Si pretendes asegurar tu vida, no estas amando.

Si no eres capaz de callar y escuchar, no estas amando.

Si en su presencia, no fluye tu verdad más profunda, no estás amando.

Si no estás dispuesto a arriesgarlo todo, no estás amando.

Hay otras formas, otros sentimientos.

Podemos querer a quien nos acompaña, nos escucha, nos apoya, nos hace la vida más fácil, más cómoda o más segura.

Queremos como agradecimiento a lo que estamos recibiendo.

Pero ese sentimiento no nos trasforma.

Amar a alguien es una oportunidad. Un billete hacia el infinito. Elegimos entre la seguridad o el viaje a lo profundo.

La vida respeta nuestros miedos, nuestra seguridad, nuestra comodidad.

Las oportunidades pasan.

La vida espera el momento en que la soledad, la desesperación o el despego te lleven a la estación.
Es emocionante sentir que tus pies dejan de tocar el suelo. El viaje comienza

sábado, 31 de agosto de 2013


VII. TODO NOS HABLA

Cuando descubrimos la voz de nuestra consciencia aparecen muchas otras voces.  Cuando somos capaces de escuchar nuestra sabiduría interna todo nos habla.

Al acallar nuestra mente y contemplar cómo un papel en blanco el mundo que nos rodea podemos ser escritos. Somos canales disponibles a la vida.  Recibimos la voz en los ojos de quienes miramos, en los animales, en las plantas, incluso en las cosas inmateriales.  Existen mensajes  guardados en las rocas, en los edificios, en las habitaciones, en los objetos que tienen un pasado y han acompañado distintas vidas. Todo nos habla y puede ser puede ser escuchado.

Al principio puedes percibirlo como  sensaciones más o menos inconexas: una cierta comodidad o incomodidad ante objetos o espacios concretos. Progresivamente aparecen retazos de información combinados con  sentimientos asociados que se mantienen de forma más estable. Posteriormente pueden aparecer mensajes más o menos completos.

Si continuas puedes interaccionar con la energía que habita el mundo que te rodea. Puedes contemplar cómo te influyen y también la capacidad que tienes para afectar su energía.

La energía que habita el mundo no tiene una relación directa con el tamaño de los seres u objetos que nos rodea. Espacios u objetos pequeños pueden estar muy cargados y lo contrario.

De alguna forma todos percibimos la carga energética de los objetos y seres que nos rodean, de alguna forma todos somos influidos por ella. Varía el grado de verbalización que podemos realizar en función del grado de consciencia con que podamos percibirla.

jueves, 15 de agosto de 2013


VI. NO HE VISTO A DIOS

No he visto a Dios. Lo he buscado, pero mis ojos no se han regocijado en su gloria. Cada vez que lo he buscado sólo he encontrado silencio. La soledad acompaña al que busca lo infinito. No se me ha concedido el gozo de su contemplación. Camino a tientas.

Probablemente la esterilidad de nuestra búsqueda esté relacionada con la idea que tenemos de Dios, con ese conjunto de imágenes y estereotipos que se han transmitido desde los albores del hombre. Probablemente si existe Dios, diste mucho de esa imagen poderosa y volátil de Dios Padre que Miguel Ángel inmortalizó en la Capilla Sixtina.

Buscamos a Dios por pura necesidad. Por estricta demanda de darle un sentido a la vida. Por encontrar una justicia divina que compense en el más allá las injusticias que encontramos en la Tierra. Fundamentalmente, buscamos a Dios para no sentirnos solos: para encontrar alguien que nos escuche, nos consuele, nos dé esperanzas en todo momento y en cualquier lugar.

Probablemente, si existe Dios, no tiene nada que ver con nuestros estereotipos ni con nuestra apremiante necesidad. Probablemente si existe un concepto de Dios esté relacionado con el mundo de la Física, con los retos que nos quedan por descubrir.

Dios podría ser un principio universal que tiende a armonizar la complejidad.

En este sentido me gustaría recordar los experimentos que realizó Masaru Emoto sobre la formación de cristales de hielo en agua bajo distintas condiciones ambientales.  Cuando la formación del hielo se realizaba susurrando palabras de agradecimiento, música suave y relajada la cristalización del agua se realizaba en formas regulares y estéticamente hermosas. Sin embargo, cuando esa misma agua se cristalizaba bajo condiciones de stress ambiental y palabras desagradables se formaban cristales irregulares y deformes. ¿Cómo el agua, algo inerte, podía captar y modificar su cristalización según condiciones ambientales que aparentemente no incidían en el proceso?

Desde hace unos cuatro millones de años, el ser humano ha sido protagonista de la historia del planeta. Ha evolucionado físicamente pero sobre todo ha evolucionado culturalmente. Ha desarrollado una serie de técnicas e innovaciones que a su vez aceleran la mayor evolución y complejidad de las sociedades humanas. El hombre reacciona a cambios medioambientales pero también provoca cambios medioambientales que provocaran a su vez nuevas adaptaciones sociales y culturales que poco a poco aumentan de velocidad y complejidad.

Y si Dios fuese ese principio que intermedia entre la vida y el medio y de alguna manera media para armonizar su crecimiento y complejidad

No siempre el ser humano ha sido digno de ser llamado así, hemos sido capaces de realizar las acciones más viles y crueles: injusticia social, masacres, torturas, extinciones… ¿Cómo hemos sobrevivido como especie, como sociedad?

Probablemente no hemos perecido y hemos podido crecer como sociedad porque en la mayoría de los hombres se encuentra una cierta tendencia hacia la bondad y cierto tipo de justicia. Hemos sobrevivido porque buena parte de los hombres y mujeres han podido conectar con el lado sabio de la vida. Ese canal que de alguna forma nos impulsa al respeto, a la ayuda, a la cooperación y a la solidaridad. Quizás en el mismo aire que nos rodea esté ese impulso “divino” que, al igual que el agua congelándose, nos impulsa hacia la armonía. Al percibirlo y darle un espacio en nuestras vidas estamos fortaleciéndolo. Permitimos que crezca y pueda seguir influyendo en generaciones posteriores. Como las ondas que se expanden del impacto de una piedra sobre el agua.

miércoles, 14 de agosto de 2013


I. OBSTÁCULOS PARA LA CONSCIENCIA

Existen múltiples dificultades para el desarrollo de nuestra consciencias personal: nuestro ritmo de vida, el stress, la dispersión en que vivimos, la importancia de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías en nuestra vida, las adicciones, el incremento de la importancia del dinero, las relaciones de poder, etc. Seria innumerables las distintas atracciones que se ofrecen a nuestra atención y la casuística tan enorme que presenta el ser humano para vivir de espaldas a su propia sabiduría.           Voy a centrarme en uno de los que considero más importantes: vivir en el ego.

En las sociedades occidentales modernas, casi todos llevamos un niño herido dentro. Un porcentaje muy significativo de nosotros ha tenido una infancia más o menos problemática. Frecuentemente hemos sido desatendidos, no tanto en aspectos de manutención y subsistencia sino en términos emocionales. Hemos sido criados por padres que también tenían sus  traumas personales, que presentaban sus propias dificultades para amarnos, valorarnos, respetarnos, etc….Por ello, casi todos presentamos la típica herida narcisista.

Frecuentemente vivimos los sucesos de la realidad como una actualización de los traumas infantiles. Como estériles repeticiones de lo que no obtuvimos. Si no nos quisieron lo suficiente, vivimos en continua persecución del afecto de los demás, dejamos condicionar nuestra vida en su búsqueda y obtenemos frecuentemente una reedición actualizada del rechazo y de la falta de afecto. Si fuimos manipulados por alguno de nuestros progenitores vivimos nuestras relaciones con el miedo y más tarde la confirmación de volver a serlo por nuestras parejas, nuestros amigos… etc.

Existen múltiples causas de nuestra herida narcisista. Intentamos convivir con ella. Decirnos que ya pasó mientras se nos vuelve a abrir la herida tras cada relación. A veces, nos armamos de valor y nos sometemos a duras y largas terapias. Repasamos una y otra vez lo que sucedió, esperando que la luz de la razón espante los fantasmas como ocurre  en algunas películas.

En mi experiencia, hay una parte de nosotros en que podemos cicatrizar pero no curar del todo. Siempre habrá una zona donde será más fácil herirte, donde el dolor anide de forma recurrente. Podemos aprender a convivir con ello, pero siempre dejará una marca. Difícilmente,  seremos hombres y mujeres total y vitalmente sanos.

Pero podemos elegir. A veces podemos dejarnos llevar y sentir que no nos quieren lo suficiente, que no se nos valora, que no tenemos… Podemos vivir en el ego y seguir siendo que niños grandes que esperan de los demás o podemos quedarnos de pie y a pesar de todo lo vivido mostrar nuestra firme determinación a ser conscientes. Contemplarnos con el suficiente amor y compasión cuando caemos en el ego y necesitamos pero sin la complacencia de quedarnos allí. Eso estuve bien un tiempo, sentimos los beneficios asociados a la herida narcisista: la inocencia y la falta de responsabilidad de las víctimas, culpabilizamos  de los demás y en consecuencia nos sentimos  mejores que ellos, esperamos una recompensa divina tras nuestro dolor…

Quedarnos ahí no nos enseña, no nos hace avanzar. Podemos elevarnos como una persona que- al igual que los demás, una vez fue herido- pero, hoy mira más allá del dolor y escucha la voz que nos habla a todos.

lunes, 12 de agosto de 2013


I.                    ESTADOS DE CONSCIENCIA PLENA
IV. ESTADOS DE CONSCIENCIA PLENA
En ciertos momentos, alcanzamos una calma especial. Los pensamientos, los deseos y las necesidades se acallan y la consciencia se expande. Distinguimos momentos por la ausencia de preocupación, por la ausencia de pensamientos y la diáfana claridad con la que percibimos el mundo. Es un momento de luz, los objetos, el paisaje se perciben con una claridad que hace brillar las superficies, que pule los ángulos. El aire es limpio y dentro de nosotros solo hay vacío. Percibimos sin pensamientos, sin juicios y todo es jubiloso. La misma luz que puebla el mundo parece inundarnos a través de los ojos y somos únicamente  visión,  percepción,  luz.

Dejamos de tener una historia personal, dejamos de ser individualidad y de pronto somos uno con lo que nos rodea. Reparamos la escisión primigenia que nos arrojó a la existencia. Somos uno con la vida. El mundo que percibimos está dentro y fuera de nosotros. No hay resistencia, solo una extrema derrota a ser.

Dejamos de percibir la compartimentación del tiempo. No diferenciamos el pasado, del presente y del futuro. El pasado y el futuro no existen. La vida es un único momento consciente infinito y pleno. No existe nada más allá de esa gloriosa unión con la vida.

viernes, 9 de agosto de 2013


III.                  ¿CÓMO DISTINGUIMOS LA VOZ DE LA CONSCIENCIA?

De entre todo el maremágnum de voces que habita dentro de nosotros: unas definitivas, otras transitorias, distinguimos la voz de la conciencia porque nos dice la verdad. La verdad es un concepto difícil de mantener en las sociedades occidentales, donde los convencionalismos, la buena educación, el deseo de agradar al otro, el miedo a hacer daño, etc… nos impulsa a mantener una relación ambigua con la verdad. Existe un concepto de lo políticamente correcto, existe una hipocresía mínima socialmente aceptada que nos impulsa a controlar y modificar lo que decimos dentro de un amplio margen donde reside la verdad.

Cuando preguntamos “¿Cómo estás? Solemos encontrar respuestas estereotipadas, ambiguas, más o menos cercanas a la verdad. Llevamos tanto tiempo manejándonos entre lo que podemos decir y lo que no que, a veces, dudamos de nuestra propia realidad, de nuestra verdad.

La consciencia es la voz que te dice la verdad. No te grita, no te conmina a realizarla, a asumirla, o a  dejarte llevar por ella. Simplemente te impulsa a ser consciente de tu realidad. A no olvidarte de quien eres y de lo que anhelas.

Nuestro comportamiento puede o no ajustarse a la verdad. La conquista de la sinceridad es un logro que solemos pagar con una mayor soledad y un mayor vacío en nuestras vidas. El mantenimiento de un trabajo, de unas relaciones sociales, de una familia, de unos amigos, de una relación se logra con una sabio equilibrio entre verdad y convencionalismo. Entre tu verdad personal y las reglas y normas sociales.

Un individuo que se dejase guiar por la sinceridad en todo momento probablemente sufriría distintos conflictos sociales. La verdad es un lujo que nos exige un tributo que hemos de pagar.

La consciencia no nos exige una vida integra ni una sinceridad suicida. La consciencia sólo nos proporciona la luz para contemplar una realidad verdadera. Independientemente de que nuestra vida sea verdad o mentira. De que nos permitamos pequeñas mentiras, pequeños convencionalismos o grandes engaños. Lo importante es que cada individuo  sea consciente de su verdad. La verdad es una meta a la que dirigir nuestra vida, a la que acercar nuestros pasos.

Conforme la escuchamos la voz de la consciencia va fortaleciéndose. Se convierte en un amigo interior. Nos acompaña.

No siempre podemos prestarle atención. A veces existe tanto dialogo exterior, interior, tanta información recibida a través de los medios de comunicación, tantos intercambios a través de las nuevas tecnologías que la perdemos de vista.

La consciencia no nos juzga. La consciencia nos espera. Es inevitable y por tanto , ineludible.

jueves, 8 de agosto de 2013


I.                    TODOS TENEMOS UNA VOZ QUE NOS HABLA

Todos tenemos una ventana de sabiduría en nuestro interior. Todos tenemos una voz que nos habla. Todos tenemos nuestro maestro interior: nuestra sabiduría.

Las dificultades para encontrarla, discriminarla y aprender a confiar en ella son diversas.

Uno de los problemas más graves radica en la multitud de voces que puebla nuestro interior. Una de las fuentes de estas voces es nuestro pensamiento. Nuestra mente emite una multitud de voces, de pensamientos que acuden de forma constante a nuestra consciencia. Pensamos en lo que tenemos que hacer, recordamos conversaciones, nos viene a la mente imágenes de las personas que vimos ayer o a veces un pequeño gesto, una imagen nos hace recordar momentos muy antiguos o personas que hacía tiempo que no veíamos.

Otra de las dificultades para distinguir la voz de nuestra consciencia son los deseos y las pulsiones que nos llegan desde el cuerpo. El hambre que nos evoca imágenes de comida. El deseo sexual que nos impulsa con una fuerza desmedida. No podemos hacer nada para luchar contra esas pulsiones y necesidades corporales. Lo mejor es evitar convertir nuestra vida y nuestro cuerpo en un campo de batalla. En un ring. Lo mejor es rendirse a ellas y satisfacerlas siempre que no comporten ninguna agresión para nosotros mismos o para los demás. No es muy sabio dedicar buena parte de nuestra energía a luchar contra nuestra esencia animal. Podemos plegarnos a sus designios, no darles más importancia de la que realmente tiene y dejar espacio para nuestra dimensión espiritual.

Una tercera fuente de distorsión consiste en los valores y modelos adquiridos en el proceso educativo y familiar. Los patrones familiares que a fuerza de estar presentes en nuestra infancia van siendo asumidos de forma inconsciente y que terminan acompañándonos durante nuestra vida. Nuestra forma de ver y relacionarnos con el dinero, con el sexo, en las relaciones, tiene muchos rasgos prestados y asumidos. Existen patrones familiares comunes dentro de los hermanos, de los distintos componentes de una misma familia. Comenzamos a vernos a través de los ojos de los demás y poco a poco vamos escindiendo nuestra mirada del espejo que supone la visión del otro.  Poner consciencia a esos patrones prestados, surgidos en circunstancias ya pasadas y frecuentemente inadaptados a la realidad actual es un proceso arduo y complejo.

Debido a esta acumulación de voces interiores: pensamientos, deseos y necesidades, patrones adquiridos nuestro interior es confuso, cambiante y a menudo inseguro. Nos cuesta estar en silencio interior, sentirnos vacíos de lastre. En ese contextos, la voz de nuestra consciencia es una más. Frecuentemente no podemos distinguirla y mucho menos convertirla en una herramienta para la vida.

La voz de la consciencia se fortalece y se debilita. No permanece estable sino que su presencia depende en gran medida de nuestras decisiones, de nuestra actividad.

Se debilita a fuerza a de no prestarle atención y no seguirla. Se transforma entonces en un pálido murmullo difícilmente distinguible de otras voces mucho más rotundas. En general- dentro del estilo de vida actual en las sociedades occidentales- , dominan los pensamientos de nuestra mente y las pulsiones sexuales y alimenticias de nuestro cuerpo. El resto de nuestra actividad interior va quedando relegada para poder satisfacer deseos y pensamientos.

Primero hemos de aprender a bajar el volumen de nuestra actividad mental, a satisfacer nuestros deseos sin investirlos de una importancia obsesiva. Empezamos a crear cierta tranquilidad donde la voz de nuestra consciencia pueda ser perceptible.

Si aprendemos a escucharla y dejamos que se convierta en una guía en nuestra vida estamos poniendo las bases para su desarrollo. Irá inundándonos y llenándonos de un mensaje claro y diáfano, de una guía en nuestras vidas.

miércoles, 7 de agosto de 2013


I.

No hemos venido al mundo para ser felices. Estamos aquí para desarrollar nuestra consciencia.

Venimos a la vida con una consciencia determinada. Todo lo que nos ocurre en la vida conspira para desarrollar nuestra consciencia.

Podemos definir la consciencia como la capacidad por desarrollar una percepción más total y profunda de la realidad que nos rodea a través de nuestra visión interior.

En el  “espacio” de donde procedemos todo lo que va a estar vivo forma parte de una única consciencia universal, atemporal, presente. Cuando nacemos un pequeño fragmento de esa consciencia universal se separa y se encarna en un cuerpo. El recuerdo de esta separación constituye un trauma universal de todo ser vivo y por ende de todo ser humano. La angustia de separación y de soledad es el trauma más universal y doloroso que hemos de afrontar. Todas las experiencias vitales que nos lo recuerdan y que nos acercan al mismo nos hace vivir de nuevo el desazón y el dolor asociado a esta experiencia primigenia.

La felicidad es una meta ilusoria. La felicidad es algo pasajero, dependiente de factores ajenos a nosotros mismos. Es un pequeño premio. El amanecer de un día soleado.  Al igual que no está en nuestra mano el paso de las nubes  y de los frentes de lluvia tampoco podemos forzar, agarrar o apresar la felicidad.

Sólo podemos desarrollar nuestra consciencia. En el momento de nuestra muerte, en medio de terribles miedos de desaparición irreparable y definitiva, nuestra consciencia vuelve a unirse con esa consciencia universal que de esta manera es enriquecida. Ese es el milagro y el único sentido de nuestra existencia.
La realidad nos dirige siempre en el sentido de nuestro desarrollo. Nos fuerza a cambiar y ampliar nuestra visión del mundo. Si nos resistimos nos vapulea con nuevas experiencias cada vez mas dolorosas. Si no aprendemos nos fuerza a pasar una y otra vez por una misma experiencia básica repetida en distintos personajes y escenarios. No existe otra salida que la transmutación interior: el desarrollo de la consciencia.