sábado, 28 de septiembre de 2013


XII. PEQUEÑAS BATALLAS.

Movemos nuestra energía en los pequeños actos de nuestra vida. La energía personal de cada uno de nosotros, como un segundo cuerpo de luz, se relaciona de forma libre con las energías de los demás seres del universo, de todo cuanto está vivo en el universo.

A veces tenemos diálogos aparentemente intrascendentes que encierran grandes flujos energéticos, grandes contactos, intensos rechazos, luchas enconadas.

Una pareja discute sobre si debe poner una lavadora o no antes de salir de casa.

A simple vista puede parecer un hecho nimio, intrascendente, cotidiano. Pero sus cuerpos energéticos están engarzados en una lucha despiadada y cruel. Después del dialogo, que ha tenido la brevedad inherente al insignificante contenido de la conversación, percibimos el cansancio. El cansancio y las heridas de nuestro cuerpo energético después de la batalla. Frecuentemente no lo entendemos, porque es difícil percibir los sucesos que se producen simultáneamente a distintos planos de nuestra existencia.

El contacto energético puede ser favorable o desagradable. Nuestras cargas energéticas se atraen o repelen como campos magnéticos. No podemos ser neutrales. Es absolutamente imposible. Este hecho está en la base de los rechazos o predisposición positiva que sentimos invariablemente cuando conocemos a alguien. Si estas suficientemente despierto y atento a tu estado emocional, podrás comprobar que nadie te es indiferente en su primer contacto, en la llamada primera impresión. Invariablemente, al conocer a alguien, al percibir su cercanía o escuchar su voz, algo dentro de ti se predispone favorablemente o se cierra al contacto. Podrás hacer como que no lo percibes, que no le haces caso o esforzarte en mantenerte abierto y no condicionado. Pero, esa primera impresión suele confirmarse invariablemente si profundizas en la relación. No intentes llevarte bien con alguien que te cayó mal cuando lo conociste. Ahórrate esa energía.

El principio anterior sólo presenta una excepción. Los momentos en que tu sensibilidad está alterada. Los momentos en que te sientes herido y estas negativamente predispuesto a los demás.  Cuando estás tan inmerso en tu dolor que no puedes percibir con claridad lo que te rodea.

Pero si estás tranquilo, relajado, consciente, guíate por esa primera impresión.

A veces es inevitable sentirse atraído por alguien en el que percibes una energía negativa, algo que te predispone a la alerta pero que también te atrae. Suele encerrar experiencias profundas en tu desarrollo. Experiencias que se sucedieron en el pasado o que están por producirse. Sucesos que son necesarios para tu desarrollo y tu aprendizaje. Déjate llevar y no te resistas al dolor inherente a las mismas cuando suceda. Pero tampoco te quedes anclado en esa experiencia. El dolor y el aprendizaje tienen un límite. No tienen sentido por sí mismo. Únicamente son un vehículo de aprendizaje, un transporte para llevarte a otro lugar. No son un objetivo sí mismo.

Los lugares, los objetos van quedando impregnados de nuestra energía. Cuanta más negativa es esta y más inconscientes somos más capacidad de manchar los objetos y los espacios que nos rodean. Si somos conscientes podemos percibir cuando nuestra energía se expande e impregna la realidad. Si lo hacemos conscientemente es una forma de bendecir todo lo que nos rodea.

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013


XI. NO TE CULPABILICES

Las enseñanzas de la nueva era nos han enseñado que somos responsables de nuestra vida. Somos los constructores de nuestra vida y todo lo que recibimos ha sido previamente demandado por nosotros. Si no conseguimos lo que deseamos es que nos estamos boicoteando a nosotros mismos. En nuestro inconsciente, se hayan las claves de nuestros fracasos y de nuestra incapacidad para lograr una vida mejor.  Para evitar que nos boicoteemos a nosotros mismos hemos de realizar una limpieza personal, una revisión de nuestra vida, de nuestra infancia. Debemos recoger los fragmentos rotos, limpiar y volver a colocar todo en su sitio en un proceso que puede durar años.

Somos responsables de nuestras vidas.  La gran máxima “Querer es poder” nos hace sufrir. En una frustración continua de realidades que no alcanzamos, de obstáculos que repetimos y de los que no podemos zafarnos.

Libérate, no te sientas culpable. Somos un hilo del tapiz, un deseo y una voluntad que pugna con otros deseos y voluntades. Toda la realidad no depende de nosotros mismos. No podemos hacer el camino de los otros. Sufrimos también sus consecuencias aunque tú hayas realizado tu trabajo y estés cerca de la liberación. Podrás minimizar los daños, pero no podrás evitar los sucesos desagradables en tu vida. No eres un Dios, aunque dentro de ti haya contenido un principio de él.

Existe también un karma colectivo: una historia que condiciona a los pueblos. Unas ideas clave que te han influido y que inevitablemente fluyen a tu alrededor. Puedes ir liberándote de ellas, pero seguirán conformando tu entorno.
Finalmente, nos hacemos un plan de vida con nuestra mente, quizás con nuestro corazón. Es un plan terrenal, limitado en su horizonte, en sus expectativas. La vida te puede tener reservadas experiencias que no sospechas, que no podemos entender aún.  Experiencias cuyas claves aún no están en tu mano pero que pueden corresponder a un plan más amplio. Al dibujo de un tapiz más grande del que tu mente puede llegar a imaginar.

viernes, 13 de septiembre de 2013


I. AMAR

Necesitamos amar y sentirnos amados. Es una ley universal. Una vez satisfechas las necesidades básicas, frecuentemente a través de alguien que nos ama y nos cuida, el resto de nuestra actividad tiene por objetivo amar y ser amado.

Nos levantamos, andamos, trabajamos, hablamos… con la esperanza y la necesidad de ser amados. Todo lo que hacemos se realiza con esa finalidad última, sea o no expresada. 

Cuando en nuestra infancia no nos sentimos suficientemente queridos, valorados, respetados se produce una herida: una herida narcisista.

Esa herida nos afecta en el futuro. Nos impide una percepción correcta del afecto de los demás. Nos impide que el amor que sentimos y nos rodea pueda ser valorado y sentido plenamente.  Entonces nos convertimos en seres insatisfechos. Seres siempre sedientos de un amor que es imposible de satisfacer. Dedicamos cada vez más energías en su búsqueda. Hiperactuamos, nos esforzamos cada vez más con la vana esperanza de satisfacer un abismo sin fondo.

Nuestro esfuerzo, nuestra sobreactuación, nuestra búsqueda desesperada de amor en múltiples personas y contextos nos conduce a un agotamiento personal inevitable. En ese momento en que te sientes vacío, cansado de una búsqueda incesante e insatisfecho, nuestra herida narcisista se retroalimenta. En el fondo de nuestra mente aparecen mensajes dolorosos: “nada de lo que pueda hacer, me proporcionará el amor que necesito”, “No hay amor para mí, en el mundo”.

En ese momento de desesperación, aceptamos relaciones de amor desequilibradas. Aceptamos migajas de amor, situaciones injustas, por un poco de amor. Podemos llegar a prostituirnos por un poco de afecto o aceptar situaciones de maltrato físico o síquico.

Esta situación supone una fuerte estado de desesperación interior. Nos creemos incapaces de merecer un amor digno por nosotros mismos. Nos sentimos acorralados entre ese afecto que nos denigra y un estado de soledad que es percibido como total e insufrible.

Como todo en la vida, la salida a este tipo de situaciones sólo puede ser planteada a través de enfrentarnos a nuestros miedos. El miedo último a la soledad y al peligro de desaparecer que asociamos a no ser cuidado. El miedo a ser abandonado y dejar de existir. La salida es afrontar: poder quedarnos solos y ver que seguimos respirando unos segundos más. Poder quedarnos ahí y ver que hay un camino más allá.

viernes, 6 de septiembre de 2013


I. EL DOLOR NO ENSEÑA

El dolor no enseña nada especialmente. Es decir, no aporta ninguna oportunidad añadida para el aprendizaje. Nada más allá de cualquier otra experiencia vital como la alegría, la sorpresa, la gratitud.

Magnificamos los periodos de dolor. Primero y más evidentemente, por su enorme coste emocional y energético. Segundo, porque lo percibimos como un castigo negativo que de alguna manera ha de ser compensado. Tercero, para sobrevivir a la experiencia y poder continuar esperanzados con la vida. Nos decimos “lo he pasado mal pero he aprendido la lección”. Tal vez tengamos razón. Pero el aprendizaje se podría haber realizado desde múltiples caminos, desde otras experiencias.  Es innecesariamente doloroso buscar el aprendizaje a través del camino del dolor.

Las experiencias dolorosas son inevitables y nos sacuden invariablemente. Cuando el mismo tipo de experiencia se nos repite es evidente que debemos realizar un aprendizaje y un cambio de actitud necesario.

Frecuentemente no podemos evitar la experiencia dolorosa. Nuestros padres antes o después morirán. Algún amigo desaparecerá de tu vida sin que puedas entenderlo.  No todas las relaciones que comiences funcionaran. Siempre encontraras a alguien que te trate mal. Estamos inmersos en un enorme tapiz de vida cuya trama es infinitamente compleja y te sacudirá aunque tu actitud ante la vida sea sabia y elevada.

Tenemos una herramienta fundamental que regula el impacto del dolor sobre nosotros: El desapego. Si nos aferramos a las cosas, a las personas, a la experiencia feliz y nos resistimos al cambio, sufriremos. Si abrimos los dedos de las manos y no nos resistimos a que todo fluya y cambie, limitaremos el dolor a su experiencia natural. Debamos dejar pasar. Ahora eres feliz, pues agradece y deja pasar. No te aferres a lo que ayer te hizo feliz, no intentes repetir de forma fetichista la escena. Déjate crear y cambiar.  

Es una tarea que comienza en nuestra mente: en la idea que nos hemos forjado de nosotros mismos y de nuestro proyecto de vida. De lo que creemos que necesitamos y buscamos para ser feliz. Es una idea preconcebida y limitada que hemos ido construyendo en relación a nuestro entorno. Recibiendo los elementos de nuestros padres, de nuestros amigos, de los medios de comunicación. Hoy, ahora, puede haberse quedado obsoleta o insuficiente. Libérate de ella. Ábrete al cambio. Es evidente que necesitamos objetivos que perseguir para funcionar en nuestra vida y en nuestro mundo. Pero no esperes que los sucesos, el devenir de la vida se ajuste en exceso a lo que pretendemos.

Acepta el cambio como oportunidades abiertas, como nuevos caminos que se abren ante ti. Oportunidades por descubrir más allá de tu antigua mirada. Horizontes nuevos.

Nos duele perder a la persona amada. A veces es inevitable. Nos aferramos a relaciones que pueden ser incompletas sólo por el hecho de no estar solos, porque nos hace la vida más fácil o cómoda o segura… Muchas veces sabemos en el fondo que la relación no es la nuestra, que antes o temprano terminará, y sin embargo la alargamos todo lo posible. Tenemos miedo a la sensación de vacío, de abismo que suele suceder al fin de una relación. Debemos, en definitiva, de permitir la libertad y el crecimiento del otro, aunque nos cueste entender.

Nos duele perder la vida, aunque todos sepamos que sucederá.  No nos resistamos. No alarguemos innecesariamente el proceso. No aumentemos la experiencia de dolor imprescindible. Prestémonos a la experiencia de desaparición como un descanso, sabiendo que hemos vivido lo más plenamente que pudimos.

 

I. AMAMOS

Amamos para completar lo que nos falta.

Amamos para saldar las cuentas con nuestro pasado.

Amamos para encontrar una persona sobre la que podamos colgar nuestros sueños. Ese príncipe y esa princesa cuya imagen recibimos de nuestros padres, de nuestro entorno y que vamos alimentando diariamente.

Amamos para completar ese abismo de nuestras camas y el espacio insondable de nuestras casas, el infinito de nuestra existencia.

Amamos para rellenar nuestro vacío interior.

Amamos para sanar nuestra herida narcisista y la profunda herida de separación que conlleva nuestro nacimiento y nuestro proceso de individualización.

Amamos para recibir.

Es un error.

Nadie puede rellenar nuestros vacíos y sanar nuestras heridas de separación.

Amar es un acto de generosidad y de comunicación.

Supone dar más allá de nosotros mimos y poder callar para escuchar la voz profunda del otro.

Amamos para complicarnos la vida, para dar un salto más allá de nuestra comodidad y nuestro egoísmo.

El amado, la amada es una mano que se adelanta. Es un trampolín que te lanza más allá, donde nunca te atreverías a aventurarte tú solo.

No está aquí para hacerte la vida más fácil o más cómoda – aunque pueda producir estos efectos- . Está aquí para que te arriesgues, para que te atrevas a ir más allá.

Si no sientes el vértigo del riesgo, de lo desconocido, no estás amando.

Si no eres capaz de abandonar tu rincón tranquilo a otros espacios por descubrir no estás amando.

Si no puedes perder, no estás amando.

Si pretendes asegurar tu vida, no estas amando.

Si no eres capaz de callar y escuchar, no estas amando.

Si en su presencia, no fluye tu verdad más profunda, no estás amando.

Si no estás dispuesto a arriesgarlo todo, no estás amando.

Hay otras formas, otros sentimientos.

Podemos querer a quien nos acompaña, nos escucha, nos apoya, nos hace la vida más fácil, más cómoda o más segura.

Queremos como agradecimiento a lo que estamos recibiendo.

Pero ese sentimiento no nos trasforma.

Amar a alguien es una oportunidad. Un billete hacia el infinito. Elegimos entre la seguridad o el viaje a lo profundo.

La vida respeta nuestros miedos, nuestra seguridad, nuestra comodidad.

Las oportunidades pasan.

La vida espera el momento en que la soledad, la desesperación o el despego te lleven a la estación.
Es emocionante sentir que tus pies dejan de tocar el suelo. El viaje comienza