martes, 9 de septiembre de 2014

MORIMOS MILES DE VECES.
No morimos una sino miles de veces.
Cada una de esas muertes es necesaria.
Incluso durante cada una de las vidas, la muerte es necesaria.
La muerte es necesaria para liberarnos del ego y sus miles anhelos y de las consiguientes historias en que nos embarca y nos adentramos.
El ego necesita ser querido, ser imprescindible, tener amigos, tener dinero, fama, poder, cumplir sus distintos objetivos tanto materiales como inmateriales.
Tras una aventura, tras un desengaño, junto a los deseos de revancha te impele hacia nuevas aventuras, nuevos desafios.
Mueres muchas veces cuando sientes el desgarro, el dolor de la perdida de los seres queridos, de la seguridad, de una vida comoda envuelta en todo aquello que deseas merecer.
Perdemos para no acomodarnos. Para no quedarnos envueltos en la satisfacción momentanea de sentirse querido y seguro. Perdemos para no apegarnos. Para que nuestra alma pueda volar y conectarse con la conciencia universal.
El dolor es el cuchillo que rompe el apego.
El ego siempre pugna por reconstruir y tener, es imposible luchar contra él.
No tiene sentido luchar contra él. Sólo podemos aspirar a distanciarnos poco a poco, a contemplar su desazón y sus luchas cada vez más lejanos como contemplamos un niño que se empeña en montar una bicicleta demasiado grande.
Pobre ego, pobre lucha inutil, incompleta, frustrante, innecesaria.
La consciencia esta más allá. Como una luna que brilla más alla de las nubes de tormenta. Cumulos y nimbos que se entrecruzan en una danza infinita.