Damos muchas vueltas buscando la voz de Dios sin
encontrarla. Desarrollamos multitud de actividades en esta búsqueda. Realizamos cursos, meditaciones, charlas,….
Aprendemos técnicas, viajamos, hablamos. Visitamos lugares sagrados. Oramos
ante imágenes piadosas. Retenemos objetos, los investimos de distinto
significados. Buscamos el lado sagrado en el otro. Recibimos la sabiduría del
maestro…
Buscamos fuera de nosotros la voz de Dios. Quizás por ello
tardamos en encontrarla. Tal vez por ello, andamos tan agotados mentalmente.
Puede que el cansancio extremo nos lleve a la rebeldía, incluso a renegar de
él.
La voz de Dios reside dentro de cada uno de nosotros, solo
tenemos que escucharla. Separarla de las otras voces, de los ecos de las voces
que nos enseñaron, las expresiones usadas por nuestros padres, maestros. De las
voces de nuestro ego. De las voces del dolor provocado por nuestra lucha por
sobrevivir en un mundo cada vez más complejo y no siempre humano.
Se trata de simplificar la comunicación. De crear el
silencio suficiente en nuestro interior. Ser capaz de silenciar la tecnología en
sus múltiples apariencias. De alejar por momentos a los demás, incluso los muy
queridos. De atrevernos a sentirnos solos y esperar.
Quizás cuando nos hable la pasamos desapercibida. Esperamos
los grandes mensajes, las grandes verdades.
No esperamos la pequeñez en la voz de Dios, las cosas que hemos sabido
siempre. Renegamos de él cuando no nos ofrece la llave de la felicidad, del
estado de paz absoluta, de mensaje del más allá.
Pequeña e ignorada voz de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario